Sabía las respuestas a todas aquellas preguntas, desgraciadamente.
-¿Quién es?
-¿Qué demonios está haciendo?
-¡Que alguien la saque de ahí!
Era aterrador, no quería creerlo, no podía, era demasiado, era ella, era...
Silencio.
La gente que no se había dado cuenta empezaba a girar la cabeza, al final me convertí en un canto arrastrado por una marea de gente que creía poder hacer algo simplemente acercándose al borde.
En el andén todo daba vueltas, los colores blanco y azul se apagaron, el reloj dejó de gemir, el cielo turbio se paralizó en un millón de cristales que punzaban mis ojos fijos en ningún sitio. El tic-tac de una gran máquina bicolor se acercaba. Aumentaba el volumen, anunciaban su llegada cientos de arpías que se agitaban invisibles. Anunciaban su llegada, estaba cerca.
En un revuelo de gabardinas grises nerviosas no destacaba mi presencia ataviada igualmente oscura. Incapaz de mover un solo músculo, mi cara inexpresiva tampoco dejaba adivinar que algo fuera mal.
Estaba cerca. Marcando la hora.
Me desplomé. Incapaz de moverme, vomité. Sabía a fuego.
Miradas indiferentes con expresión de asco continuaban su camino. Mientras mis ojos se cerraban, veían como nadie miraba a los lados. [...]