Seis hombres vestidos de traje en la cola de Kapital; la reina de las discotecas de Madrid. Estos seis hombres van vestidos al más puro estilo de las bandas de jazz, aunque no llevan adornos ni sombreros; quieren entrar y para ello el portero debe ver que no son muy estrafalarios. Quieren entrar, deben entrar, y consiguen entrar. Uno de ellos lleva una especie de mochila grande, pero al portero se le escapa entre tanto traje negro. Y una vez allí, comienza la auténtica fiesta. Siete pisos de música desalmada y de pura perversión electrónica, y sólo estos seis hombres quieren oír música de verdad. Y ahí les tenemos, ahí tenemos a una verdadera banda de jazz, Arturo Vientos desenfunda el saxo y Tony Trad saca la armónica de su bolsillo, y de los otros algunos sacan pajaritas, y otros gafas de sol. Improvisar melódicamente con la escala pentatónica de La mayor sobre un tema de techno pinchado por DJ´s es algo muy difícil, pero es posible. Y es algo muy divertido, sobre todo cuando más de mil personas borrachas te están rodeando y quieren que te vayas. Pero eso a los jazz club no les importaba, amigos, por fin aquellos chirridos eléctricos se estaban convirtiendo en música, y por un momento, tan solo unos segundos, el panorama nocturno de Madrid era dominado por el swing. Y eso, en un Madrid degenerado y sordo como aquel Madrid del 2010, ya era un éxito verdaderamente digno de elogio.
Y ahí viene el portero sin ninguna gana de seguir escuchando jazz y con cara de muy pocos amigos, pero no tiene en cuenta al gran Yáñez, ex Camel Boy, que lo tira al suelo de un solo puñetazo, la gente se lanza a por ellos, Tony Trad apenas lo ve, está concentrado en la armónica, Arturo Vientos sólo pone empeño en proteger su saxo, Treviño intenta defenderse como puede, Grub da puñetazos a diestro y siniestro, y el fino de Alex Quintana no se deja tocar, no señor, no se ensucia la chaqueta pero aun así utiliza los puños a ritmo de bebop, una rítmica nerviosa, cortante y ajena a las reglas. Así eran los jazz club, y así regresaron todos a sus casas; un saxofón roto, varias caras partidas, nudillos destrozados, muchos enemigos caídos, y la sensación de que al fin alguien los había atendido por una vez en su vida.
Extracto de "Madrid Jazz Club", de Mario Herrero. Dedicado a nadie, por censura.